Thursday, May 15, 2008

Con amor y furia

ULTIMOS DESCUBRIMIENTOS SOBRE EL CUERPO HUMANO

 

     El cuerpo humano está conformado por una materia orgánica que, al contrario de la creencia popular difundida por miles de análisis científicos absolutamente erróneos, es de origen incierto y que reacciona ante el contacto con otro cuerpo similar pero a la vez diverso. Este contacto puede ser de carácter físico o simplemente imaginario, ante lo cual el cuerpo no encuentra una diferencia importante.

 

     La reacción ocasionada por la fusión real o ilusoria se inicia en la capa interna del cuerpo, que inmediatamente comienza a actuar aislada del cerebro, del cual sólo aprovecha algunas imágenes sensoriales registradas en la memoria con las cuales reforzar la realidad del cuerpo externo y extraño a si mismo.

 

     Una vez iniciada la cadena de acontecimientos, se da lugar a una contracción relacionada comúnmente con un fuerte dolor de estómago, a pesar de lo cual la víctima no siente hambre, necesidad de defecar, y ni siquiera es capaz de identificar el epicentro de tal anomalía.

 

     Posteriormente se presentan efectos colaterales a ras de la débil capa membranosa que recubre la totalidad del cuerpo, sobre la que se produce un movimiento espasmódico leve pero continuo, capaz de inducirlo a un estado  de ansiedad (en muchos casos violenta) y luego hipnótico (el paciente se cree apartado de su entorno). El afectado termina por arrojarse al suelo, su cuerpo ha perdido la energía vital, las piernas no logran sostenerlo y se arquean, la cabeza pende sin posibilidad de mantenerse erguida, y, debilitada, la víctima siente la impotencia de mantener el control sobre sí misma y recurre al auxilio de otra persona para realizar los actos que una vez podía hacer por su propia cuenta. En este punto, el cerebro reacciona sin pedir permiso, proporcionando ideales ilusorios en frases desprovistas de lógica, frecuentemente relacionadas con una necesidad fatal por la otra persona, un amor infinito, un deseo irrefrenable y continuo. La frase acuñada en estas situaciones es: “No puedo vivir sin ti”.

 

     Si el otro cuerpo accede a las desesperadas peticiones del primero (lo que llamaremos Reacción Positiva (R.P.)), surge de inmediato un contacto de poder inquietante, liberando las inmensas cargas de energía que habían flagelado la piel de la víctima durante el período de espera, volviéndola insoportable, y recuperando las fuerzas gastadas. La fidelidad y la estabilidad son características de este tipo de reacción. En la mayoría de los casos, los pacientes han relacionado esta sensación con la palabra felicidad y se sienten satisfechos porque han logrado la meta principal de sus individuales existencias. Los cuerpos adquieren la forma deseada en común acuerdo, se sienten conformes consigo mismos y se van fortaleciendo progresivamente ante el reflejo propio que ven sobre la pareja, estableciéndose una relación de intercambio que se extiende a lo largo de su existencia física.

 

     Si, por el contrario, el otro cuerpo reacciona alejándose  del primero (lo cual llamaremos Reacción Negativa (R.N.)), el cerebro de éste comienza un proceso irreversible de descomposición, produciendo en primer lugar un cúmulo heterogéneo de imágenes alucinatorias. Cuando esto sucede, y si el paciente se encuentra bajo estrictos cuidados intensivos, se le debe vigilar constantemente, en especial durante las horas de sueño, ya que el producto de sus alucinaciones se refleja sobre su propio cuerpo a través de mordiscos de intensidad variable, que van desde innumerables marcas del arco dental sobre cualquier parte de la piel, hasta trozos de carne separados por completo (uno de los casos estudiados fue encontrado con el dedo índice entre los dientes, arrancado de su mano derecha). También son frecuentes los calambres, la tortícolis, los ojos morados, sangre coagulada en los orificios nasales, la pérdida esporádica de cabello, incluso el paciente puede ahogarse con su propia lengua.

 

     Se ha descubierto que no existe la intención de suicidio con armas exógenas (blancas, de fuego o cualquier otro objeto). Es el cuerpo que se vuelve contra sí, como si estuviera vengándose de su propia imposibilidad de encontrar la R.P., es una especie de revancha ante el rechazo. Ante tal necesidad, la víctima se siente incompleta y busca precisamente esa completación. Y finalmente, el cerebro deja de funcionar automáticamente y se encuentra listo para ingresar en un estado comatoso.

 

     Hasta la actualidad no se ha detectado un patrón específico que indique el exacto período de tiempo en el que dos cuerpos liberan estas variantes de R.P. y R.N., y esta imposibilidad ha grado en ciertos casos una incertidumbre que alcanza grados de alta peligrosidad en los que la víctima perece antes de encontrar una respuesta favorable o no. Este efecto se ha presentado en tantos casos de estudio que se ha requerido implementar todo un análisis individual, bajo el nombre de I.T.: Incertidumbre Terminal.

 

     Si bien, las investigaciones no han permitido encontrar un antídoto para detener un proceso ya avanzado, se han logrado adelantos interesantes con el fin de prevenir este mal. Según análisis exhaustivos realizados en ratas de laboratorio, se ha llegado a la conclusión que el elemento causante de todos estos desajustes que conllevan a la pérdida de control y por ende de identidad, existencia y ser, es el fenómeno conocido comúnmente como EL DESEO. El Deseo se reproduce en el cuerpo del paciente cuando éste se encuentra expuesto, a nivel visual, a otros cuerpos y al fin hace su natural selección. Es por ello que el paciente debe ser aislado antes de tener dicho contacto visual; se debe evitar por todos los medios posibles que el cuerpo de una persona sienta la necesidad vital cuerpo de otra. Eliminar todo contacto, evitar toda relación. Este remedio radical debe aplicarse desde que la persona abandona los cuidados de sus padres.

 

     Es importante señalar, para finalizar, que a pesar de lo doloroso del aislamiento y de lo radical del tratamiento, se debe acudir a éste mientras las investigaciones no logren detectar el origen de la materia que conforma el cuerpo humano, con lo cual se procedería a una simple operación quirúrgica con el fin de suprimir del paciente el elemento que le lleva a desear a otro cuerpo, y le llevarían a sentirse completo consigo mismo. Sólo así el individuo lograría conformarse con su propio cuerpo y se evitaría el proceso doloroso y fatal de enfrentarse al deseo amoroso no correspondido.

 

FIN



La Espera

 

No hay nada más duro y perverso que la espera.

Que te lanza a una noche sin fin ni sentido

Que te deja varado en medio del miedo

Desnudo ante los ojos de los visitantes

Pálido ante el frío de gritos lacerantes

Se va devorando tu piel poco a poco

Te guía por un sueño imposible y remoto

Y se ríe de ti, vulgar y enérgicamente

Y te arranca el suspiro a golpe inclemente

Y te pide que, por favor, esperes un poco

Y te roba cualquier ansiedad profunda

Tirándola a la calle como si fuera basura

Y se mofa y se aleja y te deja encorvado,

Arrancadas tus ropas, tus ojos, tus manos,

Y aún silencioso, esperas y esperas

Porque el anhelo es eterno, la piel duradera

No le hagas caso, dice la voz en mi cabeza

Que no hay nada más puro que tu deseo primario

Que la espera limpia y luego libera

De olvido, al final de su larga estela.

No encuentro salida, no existe otro sueño,

Yo sigo envuelto en le manto de la espera

Y mi cuerpo se encoge y mis sueños se enredan

Porque ven a tu rostro más allá de la verja

Rodeado de monstruos que llamas expiden

Y devoran tu carne y te pierden de vista

Y luego pregunto ¿te he visto de veras?

¿ o era sólo un deseo bañado de espera?

Tu voz susurrante vive en mis oídos

Y tu pecho junto al mío palpita al mismo ritmo

Tus ojos descubren mis versos añejos

Que repito día a día y la noche entera.

¿Escuchas mi llamado de dolor descarnado?

¿Escuchas acaso el delirio silente?

¿ Esperas también el profundo momento

de unirnos al alba y vivir para siempre?

¿O pretendes perderte del espacio existente

y dejarme temblando bajo la lluvia constante,

olvidar que te espero en el lugar de siempre

y sentir que con eso has truncado el anhelo?

Las preguntas se cuelan como estrellas en la noche,

Gravitan sobre mí, me tornan en humo

Preguntas que vagan huérfanas de respuesta

Como ánimas presas entre la noche y la muerte.

¿No habría forma de encontrar la salida?

Responde una pregunta a la pregunta primera.

Mientras sus ojos no se crucen con los míos, siquiera,

Mientras su presencia no se vuelva del todo materia,

Mientras su voz no me busque y me ofrezca su esencia,

Seguiré yo perdido en la noche de la espera.


Criaturas Imposibles

el vivo reflejo de Celine

La tarde abría fuego a su espectacular transmutación de colores mientras iba apagando la luz del sol, enmarcada entre las columnas jónicas. Seis y media, y pronto estaría sentada cómodamente en una butaca. Eso esperaba, estaba algo fatigada, como siempre.

El cartel sostenía con dos tachuelas el afiche teñido del amarillo que otorga el paso de los tiempos: LOLITA de Stanley Kubrick. Celine leía con cierto interés las ultimas páginas de su libro: LOLITA de Vladimir Nabokov Su cabeza insertada en la luz de las hojas, sus ojos en la oscuridad de las letras, con tanta simbiosis que podría jurarse que no existía el particular movimiento de vaivén de un lector común siguiendo la línea de las frases. Unos lentes de pesada montura plástica y vidrios rayados en exceso, hieratizaban su rostro, demasiado europeo, demasiado surcado por zanjas, heridas repetidas un millón de veces que atravesaban su faz y se escondían tras la maraña ondulante del grisáceo cabello recogido con una bufanda de gris tul que se aferraba a su delgado cuello. Su piel, moteada de una diversidad de tonos rosados y su textura pegajosa como masa de pan antes de entrar al horno, a veces sugería la docilidad de una niña, pero el entramado de arrugas estaba allí, tallado a bajo relieve, para negarla. Era una piel endeble. Si alguien cometiese el terrible error de tomarla por el brazo, sus dedos se hundirían tanto en su piel que la atravesarían sin ningún esfuerzo. Su frágil figura curvada se ocultaba bajo un amplio vestido de un color que ya no lo era, que no era ni tan siquiera el recuerdo de un color existente. Alzó la mirada y yo bajé la vista. Me observó atenta, culpándome, por un par de largos minutos en los que creí era sujeto de un escrutinio policial. Aun sin bajar la mirada, pasó una página y volvió sus ojos al libro. Con mi vista gacha pude recorrer sus piernas, desde los empolvados zapatos de charol, subiendo por un vendaje de nácar, recubierto del ámbar que ha fosilizado sus piernas.

Pronto llegó un joven de obesa figura y plagado por espinillas estalladas o por estallar, entró por una delgada puerta, encendió las luces del cuartucho y abrió las persianas de la taquilla. Celine era la primera persona en la fila. Creí oír ¡une, si’l vous plait!, como si su voz saliera por los altavoces en la proyección de una película antiquísima, llena del ruido del polvo y caminó con total seguridad, sabiendo que iba a perderme de vista, al fin, al pasar las puertas del local. Se llevó su libro bajo el brazo hasta la entrada de la sala. Entregó el ticket y al correr las cortinas rojas, se dejó poseer por el frío y la oscuridad. Una música lejana de violonchelos acompañaba su andar por el pasillo central, por el que, sin problemas, encontró su fila y se deslizó como quien regresa a su asiento después de haber salido por un minuto al baño. Echó allí toda la pesada levedad de su cuerpo añejado. Delante de ella, un rectángulo plateado, vacío, inerte. Volvió a conectar su mirada en la última página del libro, quería terminarlo antes que comenzara la función. Sólo Dios sabe cuantas veces había pasado por ese ritual. Leía su novela con el orgullo de quien recita un poemario de memoria y hace alarde. Estaba en el párrafo final, debía leer las palabras que cerraban con majestuosidad aquel relato de ansias prohibidas. Los violonchelos dejaron de sonar. Las cortinas de la puerta se cerraron. Celine se acerco con rapidez a la palabra que inauguraba el precipicio del fin. Y la vida se fue con el inicio de las luces proyectadas sobre la pantalla frente a ella. Se tornó en silueta ante las palabras inaugurales: LOLITA. El libro cayó al piso alfombrado sin producir sonido alguno. Humbert Humbert podía ver como su rostro blanquecino cobraba vida ante la parpadeante luz que viajaba desde el proyector. Hasta podría asegurarse que respiraba, que su pecho se inflaba levemente, que sus párpados se abrían y cerraban mientras sus mirada curioseaba a Sue Lyon bailando el Hula Hup, que sus manos cambiaban de lugar entrecruzando los dedos, o buscando calor entre los finos brazos de terciopelo. Pero ya nada era posible.

Cuando las palabras THE END se desvanecieron y las luces de la sala despertaron a los desperdigados y trasnochados zombis, y yo, de pie, me di cuenta que Celine no se movía mas, llamé a la señora de limpieza y ella llamó al proyeccionista y al taquillero y luego a un par de enfermeros que recostaron el cuerpo de aquella mujer en una camilla y se la llevaron de allí, de su mausoleo predilecto, donde había decidido descansar eternamente su humanidad ante los rayos vivificantes de un proyector.

Le ataron una etiqueta al desinflado dedo gordo del pie derecho, la metieron en una bolsa y la guardaron en un congelador. Nadie vino a reclamarla.

Entre sus pertenencias: un par de anteojos de pasta, una dentadura postiza, un pañuelo de papel arrugado y sucio, dos monedas y un ticket rasgado a la mitad.

Finalizado en Caracas, el día Viernes 03 de Septiembre de 1993

Corregido en Caracas, el día Domingo 09 de Enero de 2000


La Nada

Abrió los ojos y el espeso ámbar de la mañana entró en él súbitamente. A través de las cortinas, la luz no iluminaba la nueva jornada, era sólo un bidimensional cuadro opaco. Buscó signos de realidad y ésta le dió con un mazo en la cabeza: eran las diez. En la oficina habían comenzado a trabajar dos horas atrás y su jefe debía estar esperando en la puerta. Pero era imposible salir de la cama. La cobija de lona impermeable parecía estar clavada al marco del soporte y la puerta del cuarto se veía lejana y clausurada. Hurgó en la noche anterior y trató de ordenar sus pasos que arrastraban sobre la calle asquerosa, después de haber salido del trabajo, aspirando con una maquina gigantesca más de un centenar de ratones que plagaban un edificio de oficinas. Mucho había sido el trabajo. Salió de allí casi a la medianoche. Pero habían pagado bien. Después, caminó por las calles solitarias. Tal vez entró a algún bar para despedirse de una buena vez de aquel día. La cabeza flotaba gacha, los párpados se le cerraban como santamarías. Tal vez tomó una cerveza, tal vez fueron dos. Tal vez una persona de mirada más valiente que la suya ofreció su cama para una noche de sexo totalmente prescindible y olvidable. Probablemente llegó a casa ya con los ojos cerrados y se lanzó a la cama por inercia llevando sobre sí la carga de aquel día que aún parecía aplastarlo. O quien sabe si aquello habría ocurrido la noche anterior, o la de más atrás. O hace un mes, o un año.

El teléfono sonó, una y otra vez, inquieto. Sus manos estaban atadas entre las sabanas y su cuerpo, apoyados sus brazos como troncos sobre el colchón de mármol. Al quinto sonar, se accionó la contestadora y su voz distorsionada invitó a que dejaran nombre y número de teléfono después de la señal, pero no hubo respuesta, solo un prolongado ruido mecánico como de papel rasgado. Quien quiera que sea, había dejado el auricular descolgado y ahora no podría recibir ni hacer llamada alguna, en caso, claro está, que pudiera reunir fuerzas y deseos suficientes para salir de cama e iniciar el día. Pero de tan sólo pensarlo se cansaba. Ponerse de pié: ¡que hazaña!, Verse de nuevo frente al espejo: ¡Que dolor!, darse una ducha: ¡Que esfuerzo!. Vestirse: ¡Que absurdo!. En su lugar, prefirió posar su mirada en el techo, pálido, vacío, liso. Nada había sobre él, ni una telaraña, ni una señal de quebradura. Era un cuadrado totalmente blanco, tanto que parecía no existir, como si su cuarto no tuviera techo y estuviese durmiendo al aire libre y la blancura de la nada lo rodeaba todo. Es así como el teléfono descolgado perdió protagonismo, su jefe molesto perdió severidad, la necesidad de levantarse perdió importancia y el impulso de salir a la calle perdió todo interés. La nada llegó y se convirtió en juguete caminando traviesa entre los peldaños de las horas, adueñándose del espacio, atenuando los sonidos. Era sólo un recuadro en blanco, sin textura aparente, sin tono, ni imagen ni imaginación. A un lado, fuera del marco, se podía leer:

Título: La nada. Medio: Lienzo. Autor: A. Z.

Y me dije: “Hasta donde llegarán estos artistas en sus búsquedas vanas”.


Caracas, 08 de Noviembre de 2000.